El rincón de la familia

Por: William Cardona
En medio del desierto, a orillas de un manantial, se levantaba el pequeño pueblo donde vivía Juan, su esposa y sus cuatro pequeños hijos.
Dos veces al año, Juan iba a la ciudad. Los niños esperaban ansiosos su regreso, pues su padre siempre les traía algún regalo.
Un buen día, Juan regresaba especialmente contento, por la sorpresa que llevaba a su familia. Apenas bajó del camello, los niños corrieron a saludarlo. Con gran satisfacción el padre les dijo: -Vean qué estupendo regalo les compré, y con gran satisfacción les mostró seis sabrosas frutas.
-Qué manzanas tan bonitas- gritó Enrique, un niño de seis años. Mira, mamá, parecen de oro.
-No son manzanas- dijo Rafael, el hermano mayor. Mira la cáscara, no es brillante y está cubierta por una pelusilla.
-Tienes razón, Rafael –contestó el padre. No son manzanas sino melocotones. Es una fruta que no puede cultivarse en el desierto. Luego entregó el melocotón más grande a su esposa, tomó otro para él y repartió los otros cuatro entre sus hijos.
Al caer la tarde, cuando toda la familia estaba reunida, Juan preguntó al mayor de sus hijos:
-Bien, Rafael, ¿Qué te ha parecido el melocotón?
-Sabrosísimo y tan jugoso que en seguida sembré la semilla para probar si puede nacer aquí.
-Muy bien –dijo el padre- eso demuestra que te gusta la agricultura. ¿Y tú, Alfredo?
-Yo lo he encontrado tan dulce que después de comer el mío le pedí a mamá que me diera la mitad del suyo. Pero boté la semilla.
-Eso quiere decir que aún eres muy niño- contestó el padre, ¿Y qué te ha parecido a ti, Abel?
-La verdad, no lo he probado. Primero traté de partir la semilla que botó Alfredo. Pero como la almendra que tiene adentro es tan amarga, preferí vender mi melocotón por diez monedas.
El padre, sonriendo, le dijo: -Creo que empiezas demasiado pronto a comerciar. Pero veamos que nos dice Enrique, que ha estado tan callado. -¿Qué te ha parecido a ti el melocotón?
-No lo sé –contestó el niño con algo de miedo en la voz.
-¿cómo? ¿tú tampoco lo has comido? –gritó el padre enojado.
-No, padre, perdóname. Mi amigo Carlos está muy enfermo.
Fui a visitarlo y mientras le contaba de tu viaje, el pobre no podía apartar sus ojos del melocotón. Miraba con tanto deseo que preferí dárselo a él.
-Dios te lo recompensará, hijo mío –dijo el padre emocionado-, porque de todos nosotros, tú eres el que mejor ha aprovechado el melocotón.
Recuerda, si tienes la posibilidad de hacer el bien a quien lo necesita, es el momento oportuno para que lo hagas. Enrique entregó su melocotón a su amigo que estaba enfermo, tú puedes entregar esa fruta favorita que se llama solidaridad a tantas personas que carecen de oportunidades. Aprovecha tus cualidades, no las desperdicies, no las vendas o no las botes como hicieron los hermanos de Enrique.
Padres, el ejemplo de la solidaridad empieza por casa; pregúntese que tan generoso es con los demás y tus hijos dirán quien eres.

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